26 septiembre, 2024
(Fabián Robles/26 de septiembre 2024) Tres mil seiscientos cincuenta días después de la noche triste de Iguala, Guerrero, hay 43 familias que esperan el amanecer. Y no verán de nuevo el sol sino hasta reencontrarse con los alumnos de la Normal Rural “Isidro Burgos” de Ayotzinapa desaparecidos desde aquel 26 de septiembre de 2014.
La familia González Hernández es una de las que no pierde la esperanza de ver regresar a su natal Huamantla a César Manuel, el joven que dejó su tierra de luz con el anhelo de convertirse en maestro. Sus hermanas Brenda y Marion, ya son docentes.
Ellos, al igual que los integrantes de las otras 42 familias, creyeron encontrar una lucecita en medio de la oscuridad de tantas mentiras y engaños, cuando en septiembre de 2018 -cuatro años después de la desaparición- Andrés Manuel López Obrador les prometió “conocer lo que realmente sucedió, que se sepa dónde están los jóvenes y se castigue a los responsables”.
El tabasqueño era entonces presidente electo y se reunió con los padres de los estudiantes en el Museo Memoria y Tolerancia.
“Mi compromiso es no fallarles a las madres, a los padres de los jóvenes de Ayotzinapa, al pueblo de México. No vamos a traicionar la confianza de nuestro pueblo”, les dijo.
Pero las hojas de los calendarios cayeron inexorables entre tantas y tantas versiones encontradas sobre las posibles causas y probables responsables de la desaparición: que si el narco, que si el Ejército, que si el matrimonio Abarca -conformado por el alcalde de Iguala, José Luis y su esposa María de los Ángeles Pineda-, que si policías municipales…
Hoy, en el ocaso de su mandato, el presidente López enfrenta su gran fracaso: no quiso o no pudo resolver el caso. Como sea, da lo mismo: los 43 estudiantes siguen desaparecidos y su promesa quedó en eso nomás. La espera de sus familias continúa.
Por eso Mario César González Contreras, padre del estudiante huamantleco se siente decepcionado del mandatario, según dijo a la agencia EFE.
“Le tuve confianza y hasta el día de hoy, lo único que sé, lo que pienso de él, es que es un tipo mentiroso, un tipo nefasto, un tipo que dedica el tiempo nada más a burlarse de la gente y desafortunadamente nos traicionó”, consideró sobre el papel de López Obrador en este caso.
LAS ÚLTIMAS LLAMADAS TELEFÓNICAS
El 26 de septiembre de 2014 -pocos días después de iniciado el curso escolar- César Manuel, junto con sus compañeros, viajaba en uno de los camiones secuestrados. Su objetivo, según se sabe, era reunir dinero para viajar a la Ciudad de México y participar en la marcha del 2 de octubre, en conmemoración de la matanza de Tlatelolco ocurrida en 1968. Desaparecieron.
En vísperas de esos hechos, padre e hijo hablaron por teléfono. Mario estaba enfermo. Su hijo, preocupado, dijo que pediría permiso para regresar a Huamantla y estar pendiente de la salud de su progenitor.
Mario no lo permitió. Para tranquilizar a su vástago dijo estar bien: “usted se fue a estudiar…y échele ganas al pinche estudio”. Esta confesión se la hizo al periodista estadunidense John Gibler a principios de octubre de 2014, en el contexto de un bloqueo carretero en Chilpancingo, precisamente para exigir la aparición de su hijo.
“Un día antes de que César desapareciera junto con sus compañeros en la ciudad de Iguala, llamó a don Mario, le dijo que pasando la marcha del 2 de octubre en la capital mexicana, lo visitaría en Huamantla. Le pidió permiso de llevar a unos compañeros para comer, el padre accedió y alistaba todo lo necesario para recibir a la comitiva”, escribió para Milenio el periodista David Rodríguez.
La llamada fue el 25 de septiembre de hace 10 años.
Un día después Mario esperó una nueva comunicación con su hijo: “le hablo por teléfono y le hablo por teléfono. Toda la noche le hablé por teléfono, como unas 100 llamadas… y ya no me contestó”. César Manuel había desaparecido junto con 42 de sus compañeros normalistas.
La mañana del 27 de septiembre, tempranito, alguien de la Normal Rural Benito Juárez de Panotla -seguramente una de las alumnas que conocía a César Manuel- llamó por teléfono a Mario para comunicarle que “algo grave” había pasado y debía trasladarse hasta Ayotzinapa.
Desde entonces, la incesante búsqueda comenzó por doquier. Los días y las horas se convirtieron en dolor y zozobra, aunque sin perder la esperanza de encontrar a César Manuel.
DE VOCACIÓN, DOCENTE
En su natal Huamantla, a César Manuel familiares y amigos lo tienen en presente perpetuo -como escribiera el Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz en 1965 en su poema “Viento entero”- como el joven que gusta de los jaripeos y montar, aunque sus padres -Mario César e Hilda- no estuvieran muy de acuerdo con esa peligrosa afición.
También sigue ahí por su gusto a las carreras de coches tubulares en improvisadas pistas de tierra.
Alguien más mantiene fresca esa parte de la historia de César Manuel de cuando fue instructor del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe), allá en la colonia José María Morelos, municipio de Cuapiaxtla.
Ahí prestó sus servicios como instructor educativo durante dos años, y ahí también confirmó su vocación por la docencia. Eso le permitió ganar una beca que le permitiría cursar su carrera como docente, en la Normal Rural de Panotla no porque funciona como un internado exclusivo para mujeres. Por eso migró a Guerrero.
De lunes a viernes, César Manuel se quedaba a dormir en uno de los salones de la escuela del pueblo y ahí preparaba sus clases diarias de maestro en ciernes. Se alimentaba con la comida que, amablemente, le proporcionaban los padres de familia.
Se sentía orgulloso de ver que sus enseñanzas daban frutos entre los niños de apenas cinco años y que supieran ya las letras del abecedario y también porque aprendieron a leer una oración sin pausas.
Cuando decidió estudiar para maestro la única opción que tuvo para no convertirse en una carga económica para su familia, fue migrar a Guerrero.
Una vez aprobado el examen de admisión –en el que compitió con 800 aspirantes por un lugar-, y ya iniciadas las clases, sus compañeros le apodaron “El Tlaxcalita”, “Panotla”, “Marinela” y “Pinky”.
A esa colección de motes hay que agregarle otro, impuesto apenas ayer por el periodista de Milenio, David Rodríguez: “El galán de Huamantla”, merced a sus dotes de conquistador y noviero.
El 10 de septiembre de 2014, junto con varios de sus compañeros de Ayotzinapa, César Manuel viajó a Tlaxcala para participar en una marcha de apoyo a las normalistas de Panotla.
Al término de la movilización, estuvo un rato con su padre. Después se fundieron en un prolongado abrazo, quizá premonitorio, aunque ninguno imaginó que sería el último.
Luego llegó el fatídico 26 de septiembre de 2014 cuando desapareció junto con 42 de sus compañeros de distintos semestres. Ese día, César Manuel viajaba en el autobús marcado con el número 1568 de la empresa Estrella de Oro, según el Informe de la Presidencia de la Comisión para la Verdad y Acceso a la Justicia del Caso Ayotzinapa.
BÚSQUEDA SINFÍN Y SIN FIN
En distintas entrevistas, Mario César González no se cansa de decir que César Manuel fue concebido con un gran amor. Por eso la búsqueda incesante, por momentos agotadora, pero irrenunciable.
A veces él solo, y en otras acompañado de su esposa Hilda, Mario ha ido aquí y allá, incluso allende las fronteras de México, para tratar de conseguir aunque sea un dato, un indicio que permita dar con el paradero de su hijo y los otros 42 de sus compañeros normalistas.
En su cartera, Mario guarda una fotografía de su vástago. Tal vez se trata de una copia del último retrato que le tomaron a César Manuel antes de ingresar a la Normal Rural de Ayotzinapa. En sus manos de padre buscador, cuando es necesario porta una pancarta con la misma imagen de su querido “Negro” como le dice de cariño.
Delgado, moreno claro, en sus mocedades, a César Manuel le daba de vez en cuando por practicar el futbol. Gustaba de la música de banda y vestía de jeans y calzaba botas, sobre todo cuando montaba toros.
Dicen que también sabía canciones de rondalla y por eso, cada 10 de mayo, con un grupo de amigos, llevaba serenata a las madres en su día.
Su otra afición, a las carreras de coches tubulares, la abrazó a temprana edad: a los 14 años ya corría; incluso, llegó a tener su propio auto, un amarillo con azul que adaptó con el apoyo de su padre, en una tarea que les llevó algunos meses. En alguna ocasión subió al pódium.
La generación 2014-2018 de César Manuel González Hernández terminó sus estudios y se graduó el 13 de julio de 2018, pero no estuvieron todos. Faltan 43.